Capítulo 1: Desesperado

Recién cumplía veinticinco años.
Realmente no logro acordarme del día en que nací. Todo es muy distinto a antes... Porque estaban mis padres.
Suspiré, dejando atrás pensamientos tristes, los cuales solo hacían empeorar mi situación, y me senté en el patio de mi casa.
Observé la luna llena. Aún le faltaba algo para ser tan resplandeciente como aquella chica... como ella.
Cerré los ojos intentando recordar con detalle su rostro: sus ojos verdes, su pelo rubio...
Aunque lograba recordar parte de su aspecto físico, me costaba memorizar a la perfección como era. Como era Layla.
Sonó algo dentro de mi casa. Era el microondas, ya debería estar la cena bien caliente. Comí lo antes posible.

Tomé postura adecuada, y comencé a soñar. Soñé con Layla, la chica a la que más amaba.
Ojalá algún día vuelva a ver sus ojos, su pelo, su sonrisa... Pero todo sería pura coincidencia. El destino nos separó, y volver a verla sería un milagro.
Me reanimé escuchando un poco de música y, con los auriculares colocados en mis oídos, emprendí el viaje al mundo de los sueños.
El sonido de una sirena me despertó. Era la sirena de la policía. ¿Qué habría pasado? Luces azules y rojas se veían tras mi ventana, la policía estaba aquí.
- ¡Deténgase! ¡Salga con las manos arriba! -gritó uno de los policías.
Me asomé cuidadosamente a la ventana, apartando un poco la cortina, para poder divisar con mejor claridad lo que ocurría. La policía estaba frente a mi casa.
- Usted, salga inmediatamente si no quiere tener serios problemas.
Obedecí. No tenía mucho miedo. No había hecho nada, así que, pasase lo que pasase, no me ocurriría nada malo. Al menos, eso esperaba...
Con las manos arriba, salí de mi casa, algo confuso por la situación.
- ¿Qué ocurre? -pregunté, mirando al policía que tenía una pistola en la mano.
- Está detenido. Acompáñeme a comisaría. Tres delitos ya no son perdonados.
- ¿Delitos? ¿Yo? Perdone, esto debe ser una confusión.
- No. Usted me acompañará a comisaría ahora mismo.
- Repito que yo no he cometido ningún delito.
- ¿Está seguro?
- ¿No debería estarlo? ¡Por supuesto que estoy seguro! ¡Yo no cometería ningún delito!
- Entonces justifíqueme las siguientes fotografías.
En las fotografáis salía alguien robando tiendas. Espera, ese alguien.... No, imposible, no podía ser yo... Pero sí. Lo era.
Me quedé pálido al ver aquello. Se veía de perfil, pero todo indicaba que era yo, pero, por otro lado, yo no había cometido semejante robo, ni más grande, ni más pequeño.
- Se habrán confundido de persona. Yo no soy ese tipo.
- Como siga resistiéndose, tendrá graves problemas. Repito nuevamente, acompáñeme a comisaría.
Entré al coche de policía, asustado, esperando salir libre de aquella situación.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario